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FLORIDA 21. La primera colmena de El Camoatí

En los más lejanos comienzos bursátiles de la Buenos Aires Estado, varias décadas antes de la fundación formal de la BCBA, un grupo de corredores de Bolsa porteños –bajo la denominación de “El Camoatí”– se reunía a concretar sus transacciones, en la calle Florida, número 21, sede provisoria que dejó huella.

Florida 21.

Un lugar apropiado y seguro donde realizar las operaciones… La ausencia de un sitio de tales características constituía uno de los principales dilemas entre quienes, durante la primera mitad del siglo XIX, podían considerarse antecesores de los agentes de Bolsa del siglo XX. En tiempos de Juan Manuel de Rosas, los “corredores de cambio” eran perseguidos: no tenían dónde reunirse y estaban forzados a citarse cada vez en distintas casas particulares, siempre a escondidas y acusados de participar en actividades “revolucionarias”. En verdad, estos “corredores” no hacían otra cosa que poner en práctica aquellas actividades contempladas en el proyecto legislativo de una “Bolsa Mercantil”, sancionado el 14 de noviembre de 1821 por iniciativa de Bernardino Rivadavia. Tras la caída del primer presidente argentino y el advenimiento del “Restaurador”, los corredores se encontraron condicionados por una continua rotación domiciliaria que dio origen a una curiosa denominación para su grupo comercial: “El Camoatí” o “Camuatí”. La palabra, de origen indio, designa a un enjambre de avispas que hacen y deshacen sus panales para apostarlos en distintos lugares.

“Según muchos autores es esta característica de mudar continuamente de ubicación lo que dio su nombre al grupo, El Camoatí”, señala el libro editado con motivo del Centenario de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; aunque el texto también observa: “Más lógica parece la explicación de que se refiere simplemente al movimiento de entrada y salida que se produce en una colmena, sin que intervenga en manera alguna en la cuestión el cambio de ubicación de ésta. Suponemos que tal explicación ha sido sugerida para reforzar la tesis de que la persecución por parte del gobierno obligaba a frecuentes cambios de domicilio. Se comprenden las persecuciones por parte de un gobierno que vivía de sus emisiones inconvertibles, por cuanto la depreciación del papel se ponía de manifiesto en las transacciones contra oro”.

En tal sentido, el periodista bursátil Carlos Fontana agrega que “con el arribo de Juan Manuel de Rosas al poder, la vida del corredor se haría complicada. Especialmente, porque se negaban a adherir –como era exigido– a la divisa del ‘rojo punzó’, y así quedaban considerados como parte de los ‘salvajes unitarios’. Con las luchas internas, más el bloqueo a que era sometido el país, la cotización de la onza hacía lo que haría siempre cualquier activo fuerte de referencia: subía. Y esto los puso en la mira oficial, bajo el peligroso rótulo de ser conspiradores”.

La Mazorca o el ladrón

No fue sino hasta 1846 que, constitución mediante de la “Sociedad Particular de Corredores”, los 80 socios de la flamante entidad pudieron realizar sus primeras sesiones en una sede fija: calle Florida, N° 21, entre las actuales Rivadavia y Bartolomé Mitre (por entonces denominadas “Federación” y “De la Piedad”). “A principios del año 1846 existía en la calle Florida un escritorio de cambios perteneciente al corredor Felipe Accinelli”, recuerda Miguel E. Beccar, cronista de estos acontecimientos que actuó como dependiente en El Camoatí y luego fue funcionario de la Bolsa de Comercio, en la que llegó a ocupar el puesto de Gerente. “Hasta entonces, los corredores no habían tenido un punto de reunión para combinar sus operaciones; pero debido a la buena voluntad del señor Accinelli, su casa se había convertido en centro de todos los negocios de cambios, pues allí concurrían generalmente todos los corredores con el objeto de realizar sus transacciones”.

Ilustración de la casa de Felipe Accinelli, tal como se veía en 1846.

Felipe Accinelli había sido un inmigrante británico dedicado a la compra venta de moneda extranjera, títulos y metales. De acuerdo con las distintas crónicas, el apellido también aparece escrito como “Achinelly” o “Achinelli”, aunque su origen inglés seguramente confirma el castellanizado “Accinelli” desde el original “Accinelly”. Pero no sólo su apellido se presta a controversia histórica, sino también las circunstancias de su trágico final y el orden de los sucesos que tuvieron a la casa de Florida 21 como parte central de la semblanza de “El Camoatí”. Los registros de la BCBA dan por sentado que Felipe Accinelli fue “degollado por La Mazorca” (brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, creada por partidarios de Rosas), y que el crimen “puso término” a las reuniones de El Camoatí en Florida 21. Sin embargo, reconstrucciones más vastamente documentadas podrían demostrar que el móvil del asesinato de Accinelli fue un simple robo, y que El Camoatí comenzó a reunirse en su casa recién después del homicidio. Por caso, en su libro “Historias inesperadas de la Historia argentina”, el historiador Daniel Balmaceda relata que el 16 de julio de 1845 Accinelli fue visitado por un homónimo de Juan Larrea, que “no tenía relación alguna con el vocal del primer gobierno patrio” y que le propuso al corredor una “jugosa” transacción financiera por 1.700 pesos Oro. En el horario de la siesta, Larrea pasó a buscar a Accinelli por su casa y allí lo atendió Felipe Santiago, de 10 años de edad, primogénito del cambista. Accinelli tomó un paquete de la caja fuerte y partió con Larrea: fue entonces cuando su hijo lo vería vivo por última vez.

En lo de Felipe

“A pesar de que Accinelli había dicho que no demoraría en regresar, ya habían transcurrido algunas horas y en su casa seguían sin noticias de él –escribe Daniel Balmaceda–. Su mujer envió a Felipito al Departamento de Policía, ubicado junto al Cabildo. El chico contó lo que había sucedido y dio una descripción del hombre: ‘Era alto y usaba capa’, dijo. El jefe de los policías, Juan Moreno, salió a caminar por el centro con Felipito, más otros dos agentes que se mantenían expectantes, a una distancia prudencial. (…) Anduvieron sin novedades por el centro de la ciudad hasta que ingresaron a la joyería de Carlos Lanata (sobre la actual Hipólito Yrigoyen, lindera con el Cabildo). El chico reconoció allí a Larrea. (…) Le ordenaron a Larrea que sacara todas las cosas que guardaba en su capa. El hombre obedeció a medias: nunca quiso mostrar qué llevaba en el bolsillo izquierdo del abrigo. Luego intentó fugar, derribando a uno de los agentes, pero no consiguió hacerlo. En el bolsillo llevaba un fajo grande de billetes y un reloj que el pequeño Accinelli reconoció de inmediato. Era de su padre. Larrea había asesinado a Felipe Accinelli en su casa, ubicada en Bartolomé Mitre y Maipú, a menos de dos cuadras del negocio de la víctima”.

El historiador añade que a los dos días del homicidio Larrea fue fusilado “por orden de Rosas”, y concluye: “Un año después, los amigos de Accinelli se reunieron en el escritorio de la víctima para hacerle un homenaje. Participaron 42 colegas y ese día resolvieron refundar una sociedad que agrupara a todos los corredores de Bolsa, por la necesidad de estar organizados y también por seguridad”. La referencia a la “refundación” de El Camoatí no es de extrañar, pues la sociedad de corredores fue disuelta y refundada innúmeras veces, al compás de las persecuciones oficiales de turno.
Cotejado con la historia oficial que surge de los anales de la BCBA, el relato de Daniel Balmaceda invierte el orden de los acontecimientos –y con ello su significación– de una manera curiosa: de acuerdo con el historiador, El Camoatí no habría dejado de reunirse en Florida 21 tras el asesinato de Felipe Accinelli a manos de La Mazorca, sino que el grupo de corredores habría tomado la casa como sede provisoria tras el robo seguido de homicidio, en parte como “homenaje” al amigo asesinado. Ambas versiones coinciden, empero, en que El Camoatí se reunía en esa locación durante el año 1846.

De árbol en árbol…

El Camoatí siguió haciendo honor a su nombre por algún tiempo más. Tras haber abandonado la residencia de Florida 21 –bajo las circunstancias que efectivamente hayan ocurrido, y en la secuencia de eventos que correspondiere–, las “avispas” alquilaron “la casa del señor Irigoyen”, según cuenta Miguel E. Beccar. Muy pronto creció el número de personas y fue preciso alquilar la casa de la familia Frías, situada en la calle de La Piedad, entre Florida y Maipú…, pero los corredores tampoco duraron mucho allí ni en los sitios subsiguientes. “Después de estar algún tiempo en la casa del señor Frías, la sociedad se trasladó a la calle Victoria (actual Hipólito Yrigoyen) –continúa Beccar–; de allí pasó a la calle de La Piedad, al lado del Bazar Colón, en cuya casa sufrió nuevamente las pesquisas de la policía, lo que dio por resultado el abandono de aquel local, y una nueva semi-disolución, pues a la caída de Rosas se reunían solamente algunos corredores en la casa Real de Azúa, en la plaza de 25 de Mayo (originalmente situada en el predio que hoy ocupa la Plaza de Mayo)”.

“Caído Rosas, con ‘Camuatí’ vigente e indemne, podía imaginarse una vida más apacible”, relata Carlos Fontana. “Pero los ya ‘80’ corredores seguían siendo acusados de cuanta oscilación cambiaria se producía. Y en 1853 eran nuevamente perseguidos por la policía, por ‘actuar ilegalmente’, a lo que se asociaban malestares de comerciantes y empresarios –fogoneados por cierta prensa adicta–, y se deriva a recrear una “Bolsa Comercial” (así se la llamaba), como para obtener un mercado formal, con espacio físico propio, reglamentos, y –supuestamente– evitar el agio”.
Al tiempo que la actividad reclamaba nuevas condiciones para su desarrollo, el Camoatí crecía en número; así, se hacía más notoria la necesidad de contar con un edificio propio. Éste llegaría a partir de 1854, cuando –en un clima histórico determinado por la reciente organización institucional del país– el Camoatí experimentaría una beneficiosa transformación hacia su forma definitiva de Bolsa de Comercio. Pero ésa es otra historia.