La trama de los siglos
Invalorables desde todo punto de vista, los tapices barrocos que atesora la BCBA ofrecen un testimonio vivo del mundo europeo feudal.
Son los objetos más antiguos del patrimonio artístico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Su precio no sería fácil de calcular, si alguien se animara a tasarlos, y su valor histórico-cultural es inmensurable. Los tapices galo-flamencos de los Siglos XVI y XVIII que decoran la Escalera de Honor y el Primer Piso del majestuoso edificio son auténticos testimonios vivos del ocaso del Renacimiento en el Viejo Continente, pues evocan la vida palaciega en la época feudal, el ciclópeo trabajo de los artesanos, y sobre todo la idea que se hacían los contemporáneos acerca de su propia época y de la Antigüedad.
El tapiz -medio artístico móvil, suntuoso y monumental- fue un artículo imprescindible en la etiqueta y el ceremonial de las cortes europeas, desde la Edad Media hasta bien entrado el Siglo de las Luces. En los castillos, los tapices daban vida a las grandes salas y las defendían de las corrientes de aire y de la humedad. Cuando los nobles y reyes se veían obligados a viajar por asuntos políticos, estos enormes paños acondicionaban distintos espacios en poco tiempo y hacían así más confortables las estancias. Asimismo, suspendidos de muros y balcones, los tapices adornaban las calles y plazas durante las fiestas religiosas y civiles.
El hilo de Europa
En verdad, los tapices no poseen una trama propiamente dicha, pues -a diferencia de otro tipo de tejidos- carecen de hilos horizontales que los atraviesen de un extremo al otro. Por el contrario, para confeccionarlos se utilizan hebras de diferentes colores y longitudes según el dibujo copiado del “cartón” o modelo. Así es como se forma la urdimbre y, una vez finalizado el tapiz, los hilos verticales quedan ocultos por una cantidad mucho mayor de hebras horizontales. Aunque el trabajo siempre se realiza desde el reverso de la pieza, el tejedor se traslada ocasionalmente al otro lado del paño para efectuar comprobaciones de los resultados provisorios.
Al principio, los centros más importantes de producción de tapices galo-flamencos fueron Arras (Francia), Tournai y Bruselas (Países Bajos). La supremacía de la actual capital belga en esta materia (cuya producción está extraordinariamente representada en la BCBA por las obras “Marco Antonio y Cleopatra” y “Europa”) se extendió desde mediados del Siglo XV hasta finales del Siglo XVIII gracias a la favorable situación de esta ciudad, al numeroso caudal de artesanos calificados que ella proveía, y al extraordinario desarrollo de las artes que allí y entonces acontecía con relación a la tapicería. Durante dicho período se comenzó a incluir en los tapices la marca del taller, identificada por las iniciales del mismo, tal y como puede verse en el ángulo inferior derecho de los paños flamencos que posee la Asociación.
Obligados a huir por la persecución religiosa, los tejedores protestantes abandonaron los talleres flamencos y, hacia la segunda mitad del Siglo XVII, la industria del tapiz se trasladó a Francia. En 1662, el ministro de Finanzas de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert, inauguró oficialmente en las afueras de París la Manufactura Real de los Gobelinos: fábrica de tapices regentada por artesanos flamencos que se había iniciado como un negocio familiar de tintoreros franceses. Ya durante el Siglo XVIII, la ciudad de Aubusson se constituyó en un notable centro de tapicería que expresó un cambio de gustos orientado al aspecto decorativo de este arte (los paños de inspiración pastoral que pueden verse en el Salón de Actos son buenos ejemplos de dicha tendencia).
Valores históricos
Por la calidad de sus tejidos y la magnífica confección de sus artesanos, los tapices de Bruselas fueron desde siempre las obras mejor consideradas y más admiradas. Sólo los paños firmados por los Gobelinos pueden rivalizar con la tapicería flamenca. Sin embargo, los coleccionistas no sólo se interesan por la belleza formal de los tapices, sino que además añaden a sus preferencias el interés por los aspectos técnicos y culturales de los trabajos en cuestión. Si bien no se benefician de la alta volatilidad que sí puede observarse en la cotización de las pinturas, los tapices son actualmente una buena inversión. En efecto, el hecho de que casi no se vean ejemplares en el mercado del arte hace que aumente el valor de los pocos ofrecidos.
En plena era de la reproducción técnica de las obras de arte, el aspecto clave que confiere un valor singular a los tapices antiguos es la paradójica imposibilidad de recrear sus estándares originales: “Tristemente, los tapices que se producen en la actualidad están muy lejos de alcanzar la calidad que tenían, por ejemplo, durante el Siglo XVI”, explica el maestro artesano iraní Hossein Aminian. “Es como comparar los colores naturales de una flor con los obtenidos mediante procesos químicos. Para restaurar un tapiz barroco hay que emplear los mismos materiales y procedimientos de la época, dado que antes no existían los pigmentos sintéticos: el amarillo procedía del azafrán; el marrón, de la capa más superficial de la piel de la nuez y de la lana de las ovejas… Antiguamente, un artesano podía invertir hasta seis años en tejer un tapiz: con el objeto de cuidar los detalles más nimios, se iba a la montaña o al desierto para tomar apuntes que le permitieran plasmar los dibujos con el máximo realismo”.
El anticuario español Juan Rica Basagoiti (h), representante de la firma que oportunamente intervino en la adquisición de los tapices galo-flamencos por parte de la BCBA, asegura que un buen tapiz puede ser más valioso que una pintura: “Las piezas buenas se venden bien. En cuanto a precios, los de Bruselas son más caros que los franceses, aunque esto depende de la antigüedad y de la conservación de cada obra en particular. Digamos que, si están en buen estado y son de la misma época, los de Bruselas se cotizan mejor que los de Gobelinos y Aubusson”. Una razón prosaica, pero válida como cualquier otra, para detenerse a observar con mayor atención los tapices de la Bolsa.