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Libertad Edith Matz

El 8 de marzo se dieron cita en la BCBA unas 200 Socias por el Día Internacional de la Mujer. Durante dicha jornada se recogieron diversos testimonios de mujeres, entre ellos el de Libertad Edith Matz, Socia de la BCBA.

“Yo hace 42 años que estoy en la Bolsa.

Me puse de novia con un muchacho que trabajaba en la Bolsa. ¡Había tanto trabajo! Lo paraban en la calle para preguntarle cómo se hacía para comprar acciones. En esa época recién empezaba el furor…

Entonces, me dijo: “Me tenés que ayudar». Él era contador, trabajaba como empleado en la Comisión Nacional de Valores. Renunció. Yo estudiaba arquitectura, pero era la “esclava”, él me decía lo que tenía que hacer. Finalmente, nos hicimos socios y yo lo ayudé bastante.

En un momento dado (¡me acuerdo como si fuera hoy!), sería el ’82, le digo: “Mirá, estamos gastando más en cosas que se enchufan que en comida.” Entonces, compramos un fax, la computadora, etc. “Vamos a vender lo que es comestible porque no quiero más.”

Yo tenía un bebé y le daba el pecho mientras miraba el programa de la Bolsa. Dije: “Vamos a vender Sasetru (empresa alimenticia cotizante, ya desaparecida)”. El inversor era mi marido, el que “sabía de Bolsa”, pero vendimos Sasetru. “A ver, buscá qué se enchufa”. “No, no hay nada que se enchufa, no hay ninguna acción que se enchufe…” “No puede ser”, dije yo.

Mi hermano, que era médico, tenía un aparatito, un llamador, un beeper. ¿Te acordás? Entonces, yo vine a la Bolsa, a la Hemeroteca. “¿A ver este beeper?” Tenía el nombre de X (una empresa de tecnología argentina cotizante muy conocida, que luego prosperó en Bolsa). ¡Mirá lo que pasó! El sentido común, digo yo.

Vamos a comprar X. “¿Qué es eso?”, me dijo el comisionista. “Vos a mí no me hagas perder tiempo con tus locuras. No voy a perder el tiempo, yo negocio miles de Alpargatas, Celulosa.” Yo le di el balance de la empresa y compramos, 100, qué se yo, 1000 dólares. Fui a la asamblea, me presenté, me puse un trajecito, yo tendría 26 años… y le digo al dueño, “me gusta mucho su empresa”, ¡yo era una poligrilla!

A la semana, la acción subió 11 veces: los 1000 dólares se me convirtieron en 11000. Cambiamos el coche.

Entonces, mi marido me dice: “Mirá, no entres a la cocina, dale el pecho a la nena y escuchá el programa de la Bolsa.”

Así como te digo.»