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¿Por qué se vuelve a hablar de hiperinflación en la Argentina?

Con subas de precios generalizadas que se aproximan a los 3 dígitos anuales, la economía argentina ya se encuentra en un régimen de súper inflación. Y la probabilidad de alcanzar tasas de dos dígitos mensuales es cada vez más alta de cara a 2023. Sin embargo, el país aún está bastante lejos de un escenario similar a los de 1989 o 1990, cuando el incremento de precios superó con creces el 3.000% anual.

Hace algunos años, diferentes economistas y analistas financieros mediáticos empezaron a hablar de la posibilidad de una hiperinflación en la Argentina. Sin embargo, nadie los tomó en serio porque, en ese momento, la situación no presentaba las condiciones necesarias para desatar un episodio hiperinflacionario. De hecho, hay quienes vienen presagiando una hiperinflación desde el año 2013… Aunque por entonces no valía la pena considerar la palabra de dichos “analistas”, tras casi 10 años, las condiciones del país y del mundo son bien diferentes, en el marco de un escenario pospandemia inédito.

En 2020, los Bancos Centrales de todo el mundo emitieron enormes cantidades de dinero para financiar el gasto público, mayormente incrementado por causa de la pandemia y en una coyuntura de freno absoluto de la actividad. Este enorme aumento en los balances de los Bancos Centrales no se dio en un contexto de crisis financiera ni de retracción del crédito; es decir, la creación de dinero que realizan los bancos comerciales (denominada “creación secundaria de dinero”) se recuperó fuertemente ni bien comenzó la apertura de actividades. Por tal motivo, cuando finalizaron los aislamientos y la economía volvió a la normalidad, hubo exceso de liquidez.

Así, en marzo de 2021, luego de casi 3 décadas de estabilidad monetaria, las economías avanzadas volvieron a vivir procesos de inflación. Estos procesos se intensificaron hacia finales del año pasado y se agravaron fuertemente a partir del conflicto bélico por la invasión de Rusia a Ucrania. Las políticas monetarias ultra expansivas realizadas durante la pandemia son la causa principal de estos regímenes de alta inflación. Luego, puesto que tanto Rusia como Ucrania son proveedores clave de bienes esenciales (como alimentos, energía y fertilizantes) cuyo suministro se redujo drásticamente, la guerra aceleró aún más el proceso al restringir la oferta.

En los Estados Unidos, principal economía del mundo por su tamaño, la inflación mensual de junio alcanzó el 1,3%, con un incremento acumulado anual del 9,1%: un nuevo récord para los últimos 41 años. A pesar de la alta inflación en los Estados Unidos, el mundo está en presencia de un “súper dólar”, y es probable que esta tendencia se mantenga como mínimo hasta el mes de octubre.

Cuando sube su tasa de interés, la Reserva Federal (Fed) actúa como una aspiradora de dólares. Se prevé que la autoridad monetaria estadounidense vuelva a subir el tipo de interés, como mínimo, dos veces más durante este año, en los meses de julio y septiembre respectivamente. La mayoría de los dólares del mundo se refugia en Letras del Tesoro de Estados Unidos de cortísimo plazo (4 semanas). En este caso particular, como el mercado anticipa un crecimiento muy magro de cara a 2023 (que incluso podría devenir en una recesión), también actúan como refugio los Bonos largos, de 20 y 30 años.

El Dólar se mantiene en su mayor valor desde mayo de 2002 según el Dollar Index (indicador que mide a la divisa estadounidense con relación a un conjunto de monedas duras). Probablemente, la fortaleza del Dólar continúe, pero no se espera que siga subiendo de valor respecto de las otras monedas, sino que se estabilice para comenzar a descender a partir de octubre, ante el inicio de suba de tasa del Banco Central Europeo.

El escenario actual aumenta la probabilidad de que Estados Unidos se enfrente a una recesión de cara a 2023. Esto no es un hecho todavía, y la proyección de crecimiento se mantiene en el orden de 2,2%; pero la suba de tasas de interés y la fuerte contracción monetaria que se avecina conducirán, como mínimo, a un crecimiento bastante menor del proyectado actualmente.

En este contexto internacional de inflación, tras casi 30 años de estabilidad de las economías desarrolladas, la problemática inflacionaria de la Argentina se torna aún más grave. Obviamente, si el Dólar se fortalece a escala global, también debería hacerlo frente al Peso Argentino. Asimismo, la política cambiaria local, plagada de controles, ha sido excesivamente errática. Al evitar el ajuste sobre el tipo de cambio oficial, por considerarlo un ancla respecto de la inflación, el Banco Central tiene cada vez menos dólares en sus reservas y los tipos de cambio alternativos suben notablemente.

A diferencia de los eternos vaticinadores de hecatombes, los economistas serios que actualmente asignan una probabilidad relativamente alta al escenario de hiperinflación lo hacen sobre la base de 4 indicadores realmente preocupantes de la economía argentina, a saber: la cantidad de pasivos remunerados del BCRA en porcentaje de la Base Monetaria; la brecha cambiaria; la escasez de reservas internacionales; y el déficit fiscal sin ninguna fuente de financiamiento (ver detalle de los indicadores en el recuadro al final de esta nota).
La crisis política y los signos de debilidad en la gestión de la administración pública también deben considerarse en el marco de esta problemática. La historia muestra que los episodios de estallidos inflacionarios severos (con excepción de 1990) se dieron en contextos de debilidad política del oficialismo; y en todos los casos, debido en gran medida a fuertes internas. Todos estos indicadores, sumados a un contexto internacional de alta inflación después de 30 años, llevan a la conclusión de que un escenario de mayor inflación que el actual, con aceleración, es altamente probable de cara a fines de 2022 y 2023.

Pero, realmente, ¿hay riesgo de hiper?

Antes de responder esta pregunta hay que definir qué es una hiperinflación. Existe una definición, aceptada por la mayoría de la academia, que surge del artículo “La dinámica monetaria de la hiperinflación”, publicado en 1955 por el economista Philip Cagan. Allí dice que un episodio de hiperinflación se produce cuando el aumento de los precios supera el 50% mensual y se mantiene en ese nivel por al menos tres meses. El episodio finaliza el mes anterior al cual ese aumento cae por debajo de esa tasa y permanece así por lo menos durante un año.

Otra definición, la establecida por las Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF), menciona que el estado de hiperinflación viene indicado por determinadas características del entorno económico del país. Por caso, cuando la población en general prefiere conservar su riqueza en forma de activos no monetarios, o bien en una moneda extranjera relativamente estable; o cuando las cantidades de moneda local obtenidas se invierten de inmediato para mantener la capacidad adquisitiva de la misma. Asimismo, cuando el grueso de la población no considera las cantidades monetarias en moneda local, sino que las estima en términos de otra moneda extranjera relativamente estable; o bien cuando, directamente, los precios pueden establecerse en esta otra moneda. Otros signos del estado de hiperinflación, de acuerdo con las NIIF, son los que se perciben cuando las ventas y compras a crédito tienen lugar a precios que compensan la pérdida de poder adquisitivo esperada durante el aplazamiento, incluso cuando el periodo es corto; cuando las tasas de interés, salarios y precios se ligan a la evolución de un índice de precios; y cuando la tasa acumulada de inflación en tres años se aproxima o sobrepasa el 100%.

Una definición moderna, formulada por los economistas estadounidenses Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, afirma que hay hiperinflación cuando el nivel general de precios se incrementa al menos 500% al año (From financial crash to debt crisis, 2010). Finalmente, se podría incluir una cuarta definición planteada por algunos economistas, según la cual una hiperinflación moderna se produce con una tasa inflacionaria de 2 dígitos mensuales durante al menos 4 meses, o bien una tasa de 3 dígitos anuales. Esta definición, mucho menos aceptada que las anteriores, tenía sentido en un mundo de bajísimas tasas de inflación como el que había hasta hace dos años.

No faltan debates en torno a cuál es la definición que se debe adoptar, pero claramente –salvo por lo que establecen las NIIF– cualquier definición implica un escenario de total destrucción de la moneda. Obviamente, si se considera el argumento de Philip Cagan, la moneda pierde total sentido al primer mes. Está claro que, si se considera la definición de las NIIF, la economía argentina ya cumple con todas las características de una economía en hiperinflación. Si se adoptara este criterio, el país estaría en hiperinflación desde fines de 2019.

La situación económica argentina aún está lejos de la que postula la definición clásica de Phillip Cagan. Es probable que no se llegue a esa instancia, propia de países en guerra o con crisis institucionales y políticas severas, en contextos internacionales de tasas de inflación promedio mucho mayores a las actuales. Lamentablemente, la Argentina ya vivió dos episodios que se asemejan a esta definición: los de 1989 y 1990, considerados y estudiados por toda la academia económica mundial como hiperinflaciones.

En síntesis

Si se confirman los datos de julio, que anticipan una tasa de incremento del IPC por arriba del 7%, la economía argentina estaría a las puertas de un régimen de inflación anual de 3 dígitos. La probabilidad de un escenario en el que se alcanza el 500% anual (con una tasa promedio de 16,1% mensual), si bien aún no es alta, ha crecido notablemente en las últimas semanas.

La economía argentina ya está en un régimen de súper inflación que, en el marco de algunas definiciones muy poco aceptadas dentro de la academia económica, se puede denominar “hiperinflación”. Lamentablemente, la probabilidad de alcanzar tasas de inflación de dos dígitos mensuales de cara a 2023 es cada vez más alta, lo que nos dejaría más cerca de una hiperinflación moderna según la definición de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. Sin embargo, por el momento, la Argentina está bastante lejos de un escenario similar a los de 1989 o 1990, cuando el incremento general de los precios medidos en australes superó con creces el 3.000% anual.

En la medida que los desequilibrios continúen y los indicadores aquí analizados no mejoren, lo que actualmente se descarta podría transformarse en un escenario verosímil. Por eso es relevante observar la evolución de estos datos, que dependerán de la capacidad de mejorar las expectativas por parte de quienes gestionan la política económica.