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Recia y delicada a la vez

Así se manifiesta, igual que su autor Ricardo Dagá, la escultura “Cimiento-Acción-Flama” que desde 1977 recibe a los visitantes del “nuevo” edificio de la BCBA. Un secreto a la vista, de un palacio más bien moderno.

Entrada al edificio de 25 de Mayo 359.

“Me permito recomendar al apresurado transeúnte de la city que, olvidándose de cotizaciones e inversiones a plazo fijo, se detenga unos minutos a contemplar la magnífica obra de este artista emplazada a la entrada de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Podrá aprender en esa contemplación qué significa el arte escultórico cuando lo ejerce un verdadero creador y sentirá, seguramente, el deseo de conocer más expresiones de su coherente trayectoria”. Tres décadas más tarde, aunque la revista donde fueron publicadas estas palabras ya no existe, el “consejo” que la periodista María Scuderi daba a sus lectores no ha perdido vigencia. La escultura Cimiento-Acción-Flama, inaugurada en noviembre de 1977 en el espejo de agua del -por entonces “nuevo”- edificio de la BCBA de 25 de Mayo 359, constituyó un ambicioso proyecto. Fue, en su época y en el país, una de las pocas piezas escultóricas de grandes dimensiones (más de dos metros treinta de altura y 240 kilos de peso) realizadas en bronce fundido. “A través de esta obra quise simbolizar lo que somos -explicó el autor, Ricardo Dagá, al momento de la inauguración-: de dónde venimos, qué estamos haciendo, y qué es lo que produciremos”.

La obra «Cimiento-Acción-Flama», de Ricardo Dagá.

El título de la escultura, “Cimiento-Acción-Flama”, remite al desarrollo vertical de la obra. Su fundamento (Cimiento), representado por el bloque inferior, alude a la herencia legada por la sociedad. A partir de este “mensaje-antecedente” se desenvuelve la Acción, segundo término del conjunto que -simbolizado por dos torsos humanos- plasma la actividad del tiempo presente en los hechos contemporáneos. Este bloque intermedio encuentra un mínimo y dinámico apoyo en el triángulo que establece una horizontal superior, subrayada a su vez por un brazo en punta de lanza que se continúa en uno de los torsos -provisto de alas-. De esta forma, la Acción sintetiza el movimiento creador del pensamiento y del cuerpo humano. La conjunción de ambos bloques -esto es, de la experiencia heredada con la actual- produce una llama, la Flama o bandera, concebida como luminosa recompensa de todo emprendimiento.

Abstracta y testimonial

Para la realización de la escultura, Dagá trabajó con distintos módulos cóncavo-convexos, de acuerdo con las necesidades plásticas específicas de cada parte de la obra. En tal sentido, el recorrido conceptual que lleva de los destacados planos escultóricos de Cimiento a los módulos de menor tamaño en Acción produce en el espectador el efecto de un barroquismo contrastante. Por su parte, Flama evoca -en la cumbre y clímax de este itinerario visual- la noción de fluidez a través de grandes figuras curvas. Así, el pasado, el presente y el futuro de la Humanidad quedan simbolizados en la interacción dinámica de los tres elementos constitutivos de la escultura.

Ricardo Dagá.

Discípulo del ítalo-argentino Libero Badii y admirador del inglés Henry Moore, Ricardo Dagá culminaba a fines de la década del 70 un período de búsqueda artística iniciado en 1960 y que él mismo denominó como de Abstracción latente. “Es una etapa en la que podría ubicar las obras de carácter abstracto que, en general, parten de una idea temática y podrían definirse como ‘testimoniales’”, señala el escultor en su libro “Surcos”, de reciente publicación. “En la Abstracción latente las formas se convierten en símbolos resultantes del sentimiento que las genera”. Obra característica de esta etapa, Cimiento-Acción-Flama comenzó a erigirse en 1974, y al cabo de su paciente desarrollo quedó reflejada la idiosincrasia artística de Dagá que María Scuderi describe en su crónica: “Como todo escultor de raza, escucha atentamente las voces del material; no le impone una forma pensada previamente, extrae aquélla que dormía en él. Con recato, con sabiduría… Rotundos volúmenes, superficies pulidas o desgarradas, rítmicas articulaciones en procura del espacio, nos hablan de una belleza descubierta por Ricardo Dagá para su gozo y el nuestro”.